jueves, 8 de marzo de 2007

[Lit] El exilio



¨Dicen que por las noches
nomas se le iba en puro llorar,
dicen que no comía,
nomas se le iba en puro tomar…¨
(Canto popular)


El humo se disparaba hacia arriba desde la punta del cigarro, le molestaba puesto que se mezclaba con el humo de otros fumadores y sus ojos estaban rojos, ensalivó por vez primera su dedo índice para tomar cenizas de su cigarrillo y comerlas. Tal como le dijo que hiciera una gitana para la digestión y contra restar los gases.

El lugar era un bar algo ruidoso entre las calles Victoria y Marsham, dentro de este no se escuchaba mucho pero curiosamente por afuera al pasar se sentía la vibra algo fuerte y ruidosa, no mala; simplemente fuerte, pesada. En el interior había colgadas camisetas de jugadores de fútbol autografiadas, varias banderas de países cercanos y una que otra bufanda con nombres de equipos de fútbol. Como siempre no faltaba la publicidad de alguna bebida alcohólica.

¿Qué hacía Carlos ahí?, su sombrero estaba sobre la mesa frente a él, su cerveza a su lado derecho, en su mano izquierda un cigarrillo apunto de acabar, el cenicero mostraba dentro huellas dactilares de alteración por la mano humana. El bigote de Carlos era raro para los habitantes citadinos del lugar, las botas representaban a un tipo no originario de ahí, nuestro personaje se peinó con un cepillo de plástico que traía en el bolsillo, era color gris deslavado, lo hizo de enfrente hacia atrás varias veces antes de que entrara una mujer que le llamo la atención.

La dama de origen caucásico no le llamo la atención por su belleza, al contrario era grotesca y su porte era de un sobrepeso no natural, sus enormes senos se desbordaban del contenedor que los sujetaba, la palabra sostén no aplica aquí, eran enormes-enormes senos. Carlos curiosamente pensó en la palabra senos al igual que nosotros y no en tetas, lo cual sería más común para una persona como él. Al momento que la mujer se sentó sola en la barra, nuestro personaje dejo de ponerle atención.

Al girar la cabeza después de dejar de admirar a la obesidad, y regresar a su punto de reflexión, pasó un señor que iba de salida y le acomodó una servilleta en la mesa, por debajo de su sombrero. Esta iba con un mensaje escrito en español, en su idioma, Carlos se admiró por lo ocurrido, tomo el mensaje y lo leyó: ¨El mejor regalo de la vida, es ser uno mismo¨.

No supo como tomar este mensaje y se echó a pensar más detenidamente, sintió que su nostalgia y las imágenes antes en su cabeza de su país natal se iban. Las danzas, los colores, los gritos y silbidos de bailables de su región se evaporaron poco a poco y se fue sintiendo mejor. Pensó que lo más difícil de ser exiliado es hacerlo con dolor y si no regresaría a su amada patria se aguantaría como los machos (se acordó curiosamente de la voz de su abuelo Don Carlos), tendría que aguantar como sus padres le enseñaron, ya que el venía de tierra de hombres, y él se consideraba uno de muchos pantalones.


Al rato entró a paso lento y visualizando todo en el bar, un hombre con un radio que colgaba de su cintura, Carlos rápidamente pensó que era un policía, se puso un poco nervioso, pero lo especial del momento es que aquel nunca sabría lo que en realidad era. Carlos siempre se fue con la idea de que estaba relacionado con la seguridad de la ciudad, pero bien podría ser decenas de cosas más. Un radio no significa mucho en una ciudad tan grande como esta, donde todo es posible, igual yo no puedo pensar en que clase de trabajo estaría ese señor, ya que llevaba camiseta de marinero color azul cielo, pero su indumentaria completa no lo era, tenía bigote fino recién cortado, barba cortada finamente como de modelo europeo, un poco de canas y unos zapatos que por su mugre demostraban trabajo en la granja o en el campo.

Carlos se asomó como lo hiciera hace un par de horas por la ventana, a través de ésta se informaba de lo que pasaba afuera, esta vez observo un camión de la Coca Cola y bastantes carros de tamaño pequeño que circulaban en la calle. Una señora pasó hablando por celular y detrás de ella un hombre con un turbante en la cabeza de color café, este veía hacia dentro del bar donde estaba Carlos y frunció el ceño en señal de que; ya sea quería ver lo que había adentro o el ambiente le perturbaba.

Carlos se puso el sombrero en la cabeza, se aguanto de nuevo las miradas de todos, pero tenía que hacerlo porque eso era lo que el quería ser y lo que le habían enseñado sus padres a hacer; que era portar sombrero y botas en todos lados y esto no lo dejaría nunca ni aunque fuera su exilio. Dio el último sorbo a la cerveza y salió no sin antes dejar la propina en la mesa. Fuera del bar observó de inmediato el Big-Ben, demostraba un color gastado pero que pertenecía a la eternidad como si nunca se fuera a caer o morir y fuera ajeno al tiempo. Carlos sonrió y supo que el retiro de un narcotraficante era difícil y más cuando se es mexicano y se vive en tierras frías donde todo es gris y la gente no habla ni español ni gesticula caras ni miradas de felicidad.

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